Estoy buscando una cosa que leí este verano relacionada con la labor del músico, del intérprete, en el siglo XIX...
De momento no tengo exactamente lo que quiero, pero lo que os copio a continuación y traduzco a la carrera más abajo no deja de resultar interesante, en mi humilde opinión...
Me parece sugerente y creo que profundiza en un fenómeno que he experimentado a veces: el de tener que hacerle un favor al reponsable de haber empleado una determinada notación y de haber expresado un pensamiento musical de una determinada manera, para que "su música" vuelva a lucir de la mejor manera... con dignidad... con cierta vidilla, también...
Bueno...
Lo extraigo de un texto de Jim Samson titulado "The musical work and nineteenth-century history", en la página 4 del volumen "The Cambridge History of Nineteenth-Century Music", publicado por la Cambridge University Press.
"[...] To identify the work with its composer may seem a minimal rationalisation. But actually the work may exemplify other things – its performance, for instance. Even the most basic ontology recognises that the written score underdetermines a musical work, which can only be fully realised in performance. During the eighteenth century the space between notational and acoustic forms widened considerably. That century strengthened the autonomous character of the work by loosening the threads binding it to genre and social function. But it also ‘created’ the virtuoso, an international figure in whom the activity of performance gained (or regained) its own measure of autonomy.4 In the nineteenth century the separation between ‘text’ and ‘act’ increased.5 On the one hand the score was thought to embody a kind of intentional knowledge – an ‘idea’ that originated with the composer, so that the performer’s responsibility was to unlock the mysteries, to make available the idea, to interpret. On the other hand the virtuoso performer could act as a magnet drawing the listener away from the qualities of the work towards the qualities of the performance. This of course rehearsed an ancient argument about vocal music – that virtuosity threatens meaning. But in the nineteenth century the terms of the argument were transformed by an ascendant individualism. Great performers, no less than great composers, could stake their claim to the high ground of a liberal ideology. They could transform the work, and even redeem it.
A musical work, then, may exemplify its composer and its performer. It may further exemplify its tradition, as also its style, medium or genre. These categories make their own claims on the historian, and it will be worth considering each of them briefly as components of the chronicle. Tradition is perhaps the most implicative, though it is also the most elusive. The construction of traditions is usually linked to larger issues of cultural politics, and in particular to the politics of national identity. The ‘invention’ of a German tradition in the nineteenth century (converted to ‘Austro-German’ in the twentieth) is certainly the paradigmatic instance. But the case for a tradition might also be made on geographical (as distinct from national) grounds, as in discussions of a putative northern identity that subsumes the individual identities of the Scandinavian and Baltic nations in the late nineteenth century. [...]"
Os dejo mi torpe interpretación de parte del texto en inglés que os acabo de copiar:
Identificar la obra con su autor puede parecer una racionalización mínima. Pero en realidad la obra musical puede representar otras cosas, por ejemplo, su interpretación. Incluso la ontología más básica reconoce que la partitura escrita no basta para determinar la obra musical, que sólo puede apreciarse plenamente a través de la interpretación. Durante el siglo XVIII la distancia entre la notación y el fenómeno sonoro se amplió considerablemente. El carácter autónomo de las composiciones se vió fortalecido en ese siglo al ir debilitándose los lazos que unían la obra musical con su género y su función social. Pero dicho siglo también “creó” al virtuoso, una figura internacional a través de la cual la actividad interpretativa obtuvo (o recuperó) su propio grado de autonomía. En el siglo XIX, la separación entre "texto" y "acto" aumentó de nuevo. Por un lado se consideraba que la partitura encarnaba una intención y un conocimiento, una idea que tiene su origen en el trabajo del compositor, de modo que el interprete se convierte en responsable de desvelar los misterios, y de poner a disposición del público esa idea, es decir, de interpretar. Por otra parte el intérprete virtuoso podría actuar como un imán que apartase al oyente de las cualidades de la obra hacia las cualidades de la interpretación. Esto, obviamente, replantea un viejo argumento relacionado con la música vocal: que el virtuosismo amenaza a la inteligibilidad. Pero el individualismo en ascenso durante el siglo XIX transforma los términos de la discusión. Los grandes intérpretes, no menos que los grandes compositores, podrían reclamar un papel preponderante en una ideología liberal. Podían transformar la obra, e incluso redimirla.
Una obra musical, entonces, puede representar a su autor y a su intérprete.
Me gusta lo de desvelar los misterios... si es así, entonces la tuya es una bonita profesión.
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